domingo, 15 de julio de 2012

Prosperidad sin Crecimiento, de Tim Jackson IV: propuestas de cambio de rumbo


Ante la situación presentada en las entradas anteriores, el texto de Jackson entra finalmente en las propuestas de cambio. Según este autor, debemos reflexionar profundamente sobre el significado de la prosperidad y sobre la idea de que ésta se vea garantizada por una economía basada en el crecimiento. Buscar la prosperidad debe ser un proyecto compartido para lograr el florecimiento de las capacidades humanas. La prosperidad no se basa sólo en el bienestar material. No hay una relación estricta entre el nivel de ingreso y el nivel de florecimiento; en algunos países, a partir de una fracción mucho menor de PIB per cápita, se logran niveles significativos de florecimiento. Una vez superado un nivel de cobertura de las necesidades materiales básicas, hay otros factores que inciden en ella. La prosperidad se sustenta en aspectos como la salud física y mental, el acceso a la educación y la democracia, la confianza, la seguridad, el sentimiento de comunidad, las relaciones sociales, un trabajo gratificante y la posibilidad de participar en la vida social. Las estructuras consumistas de las economías basadas en el crecimiento incentivan lógicas perversas de competitividad social y penalizan y exigen importantes sacrificios a las personas que quieren actuar de una forma más sostenible.
Estas consecuencias perjudiciales de las economías basadas en el aumento de la demanda y la conciencia de la existencia de límites ecológicos, exigen cambios estructurales para redirigir nuestra prosperidad y favorecer el florecimiento por caminos más adecuados ecológicamente. Jackson plantea que es necesario alcanzar una economía estable sin crecimiento, para lo cual es necesario tomar medidas profundas en tres ámbitos principales: 
1) Establecimiento de los límites ecológicos. 
Se deben poner metas de limitación y reducción del desgaste de recursos y de las emisiones de carbono. Esto debe ir acompañado de una reforma fiscal ecológica que penalice los “males económicos” (la producción de contaminación) y reduzca las cargas impositivas sobre los “bienes económicos” (por ejemplo, ingresos). Dado que los países con economías avanzadas han tenido una mayor responsabilidad en el agotamiento de las fuentes y el aumento de los sumideros, es necesario que se dé un apoyo a las economías en transición para que puedan avanzar en esta línea de desarrollo sostenible.
2) Recomposición del sistema económico. 
Para empezar, se debe pensar una macroeconomía ecológica, que dé cuenta de cómo funciona una economía con capacidades limitadas de emisiones y desgaste de recursos, y corregir la contabilidad nacional. El PIB está muy limitado en estos dos aspectos, pues no atiende a los daños ecológicos y sociales de la actividad económica y además invisibiliza importantes actividades como el trabajo doméstico, los cuidados o el trabajo voluntario. La valoración de la productividad laboral debe ser revisada pues tiende a reflejar perjuicios en sectores donde lo fundamental son las interacciones humanas. La productividad del capital también debe ser reconceptualizada, pues la nueva situación exigirá cambios en las formas de inversión y rentabilidad. La actividad económica exigirá inversiones en infraestructuras, empleo y activos con objetivos ecológicos. Esto requiere de un mayor peso del sector público en busca del beneficio común y de que se dé importancia a rentabilidades que van más allá de lo puramente monetario (rentabilidad social, ecológica...). También se debe aumentar la prudencia financiera y fiscal, evitando los excesivos niveles de endeudamiento y controlando la actividad financiera a nivel nacional e internacional.
3) Modificar la lógica social consumista. 
Esto exige una modificación de las políticas de trabajo, favoreciendo el reparto del trabajo y la flexibilidad en el tiempo de trabajo. La distribución del trabajo es una de las formas de hacer frente al desempleo derivado de la disminución de la productividad laboral en épocas de crisis. Se deben promover medidas para resolver el problema de la desigualdad social sistémica y restringir la transmisión institucional de la cultura consumista (por ejemplo, limitando el nivel de publicidad o reforzando la durabilidad de los productos y evitando la obsolescencia planificada). Asimismo, se debe fortalecer la cohesión social y la formación de vínculos comunitarios a través de la promoción de lo público (espacios públicos, bibliotecas, reducir la movilidad geográfica de la mano de obra...) y tener en cuenta indicadores de florecimiento en los análisis de los países.

Para llevar a cabo este cambio de rumbo el sector público debe tener un papel central, lo que exige un replanteamiento de su significado, de sus funciones y del tipo de actividad que lo ha caracterizado en las últimas décadas.

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