miércoles, 26 de septiembre de 2012

¿Hay crisis de la representación? La perspectiva de Sartori

Desde los años 60 y 70 del siglo XX se viene planteando desde algunos sectores la existencia de una crisis de la representación política. La valoración de esta crisis, y con ello las posibles medidas a tomar, puede verse desde perspectivas diferentes.

En esta primera entrada voy a discutir la perspectiva de Giovanni Sartori, politólogo y profesor emérito de la Universidad de Columbia, a partir de sus textos ¿Hay crisis de la representación? y En defensa de la representación política 

Sartori hace énfasis en que lo que se ha perdido ha sido la calidad de la representación. Para este autor el elemento fundamental en la representación es la búsqueda de lo general y el alejamiento de los intereses localistas. La representación debe dirigirse desde el interés de la totalidad y los representantes no pueden estar sometidos a mandatos imperativos, ya que así no pueden adaptarse a las circunstancias en beneficio de la totalidad. Cada vez hay más personas a las que representar y un mayor número de asuntos a tratar, por lo que es difícil establecer una representación fiel y particular. Cuanto más se atiende a las demandas de la ciudadanía menos responsables son las decisiones. Los representantes han pasado de gobernar pensando en la totalidad y en la calidad del gobierno a centrarse en “la cantidad”, intentando obtener el máximo número de votos asumiendo cualquier coste y adaptándose a las tendencias del electorado. Según Sartori los electores no buscan el interés público. Por consiguiente, la forma de afrontar esta crisis es centrarse en cómo garantizar la calidad, las buenas formas de representación, y no en proporcionar mecanismos de participación directa de la población. Buscar una democracia más participativa llevaría a que prevaleciese el “desinterés público” de los electores. 
 
Es cierto que la calidad es más importante que la cantidad y que muchas veces el criterio de la mayoría no tiene por qué ser el acertado. Asimismo, en nuestra realidad cotidiana podemos ver que la forma de ejercer la representación política es cuestionable (no sólo en las altas instancias). No obstante, la posición de Sartori asume dos supuestos sin apenas justificarlos. El primero es que el electorado no tiene criterio general y sólo buscaría la defensa de intereses particulares dejando de lado lo común. Sea esta afirmación más o menos ajustada a la realidad, lo cierto es que no puede sustentarse más que en un prejuicio sobre cómo es la ciudadanía. Difícilmente podemos saber  de forma empírica si toda la ciudadanía tiene o no un criterio sobre el interés común y si tomaría sus decisiones teniendo en cuenta este factor. Además, tampoco podemos saber si con la educación y con la información adecuada sectores mayoritarios de la ciudadanía podrían de hecho formarse ese criterio y aplicarlo. Precisamente la democracia se sustenta en parte en asumir una capacidad y un criterio mínimo por parte de la ciudadanía.

El segundo supuesto que creo que asume Sartori, complementario con el anterior y que no está expresado, sino que más bien está implícito, es el hecho de que los representantes sí que pueden tener un criterio general y son capaces de dejar de lado los intereses particulares y velar por la totalidad. Si asumimos este argumento, creo que entramos en un camino en el que debemos mirar todas las opciones con cautela. Por un lado, si los representantes salen de la ciudadanía en general, deberíamos pensar en consecuencia que los representantes tienen las mismas cualidades que el resto de la ciudadanía. Si pensamos como Sartori que la ciudadanía sólo puede apoyarse en el “desinterés público”, entonces todos los representantes tenderán a buscar los intereses particulares, generando luchas localistas y rompiendo los vínculos e intereses de la totalidad. Por otro lado, para pensar que los representantes sí que son capaces de centrarse en el interés común, debemos pensar que o bien son ciudadanos “fuera de lo común” y que sobresalen y son elegidos por su criterio y su capacidad general, o bien reciben una formación excepcional que les permite desarrollar dichas habilidades. Lo cierto es que la formación de los representantes políticos, al menos hasta una edad avanzada, no presenta en general aspectos específicos o muy distintos de los del resto de la ciudadanía. En consecuencia, nos quedaría asumir que los representantes suponen una masa preseleccionada de personas con virtudes y conocimientos superiores al del ciudadano común. La única forma de que esta concepción no derivase en una oligarquía o en un gobierno aristocrático, sería pensar que los procesos de filtración y selección que hacen que los representantes políticos lleguen a ser candidatos y luego sean elegidos es un proceso de características excepcionales, donde se da un conocimiento directo de las competencias y los valores y virtudes de estos. Esto quizás sería viable en elecciones de pequeñas localidades. Sin embargo, en sociedades a gran escala como las nuestras no es posible y el proceso por el que las personas llegan a ser representantes es bastante opaco y está muy supeditado a la pertenencia y la posición dentro de un partido político.

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